Un articulo escrito por NACHO GONZÁLEZ para el mundo (Sevilla)
Cuando una dolencia no está calificada como patología, existen dos tipos de reacciones impulsivas en el trato con la persona que la sufre: o miente o exagera. Ésa es la dolorosa realidad de la fibromialgia, un síndrome que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no definió hasta 1992 a pesar de su alto índice de prevalencia en sociedades desarrolladas.
Sorprende conocer, por ejemplo, que actualmente esta afección la padece el 3,4% de la población española, dato que, en cierta manera, deja en evidencia a una comunidad médica internacional incapaz, hasta la fecha, de llegar a un consenso sobre su diagnóstico y, más aún, sobre su tratamiento y curación.
El principal síntoma de la fibromialgia, dolencia de origen aún desconocido, es la manifestación de dolor muscular intenso y con carácter crónico en 18 puntos muy localizados del cuerpo. Esos puntos se dividen en dos pares de nueve en las dos mitades del cuerpo que resultarían de su división longitudinal y la alteración de la sensibilidad –y, por tanto, de la sensación de dolor– en ellos va asociada, además, a síntomas como fatiga, depresión, cansancio, alteraciones del sueño o disfunciones cognitivas.
Estas alteraciones de los procesos cognitivos han sido el objeto de estudio del proyecto liderado por el profesor Diego Munguía, del área de Educación Física y Deporte de la Universidad Pablo de Olavide (UPO). La investigación, cuyos resultados publicó recientemente la revista científica Psicothema, pone de manifiesto la decisiva influencia que el dolor y la ansiedad tienen en la capacidad cognitiva de pacientes con fibromialgia. La principal conclusión del profesor Munguía es que el aumento del dolor o la ansiedad supone un deterioro de capacidades como la memoria, la comprensión o la organización del trabajo. Es decir, las personas que padecen este síndrome sufren, además, una importante alteración en los procesos relacionados con el conocimiento y el procesamiento de información.
«La pregunta de la que partimos fue, ¿qué nivel de influencia tiene en personas con fibromialgia el aumento del dolor y la ansiedad en cuestiones como la velocidad de procesamiento de información, organización mental, memoria o comprensión?», explica el profesor de la UPO en su despacho del campus de Montequinto. «Con el estudio realizado, demostramos que la dificultad de estas personas para, por ejemplo, recordar palabras, está mucho más relacionado con el dolor de lo que hasta la fecha habían publicado otros estudios realizados anteriormente». La investigación se llevó a cabo con la participación de 116 mujeres, 81 de ellas con fibromialgia y 35 sanas, de entre 18 y 60 años de edad.
A todas ellas se las sometió a una serie de tests previamente validados en la literatura científica internacional y que ofrecieron los resultados conocidos. Cajón de sastre La fibromialgia –hasta hace unos años conocida como fibrositis– no se estudia en las facultades de Medicina y su origen desconocido ha llevado a este misterioso síndrome a convertirse en muchas ocasiones en el «cajón de sastre» en el que muchos médicos han encasillado a enfermos a los que no se les podía calificar con un diagnóstico claro de alguna patología. «Es un problema grave al que, tradicionalmente, se han tenido que enfrentar silenciosamente las personas que sufren esta grave afección».
En sociedades con muchos más tics machistas de lo que lo políticamente correcto permite reconocer, el hecho de que la fibromialgia la sufran ocho mujeres por cada hombre, la ha convertido, por si fuera poco, en un lastre para su definición como afección. En numerosas ocasiones, o la persona exageraba sus dolores y su tendencia a sentirse abrumado o deprimido, o, directamente, mentía. O, en los casos más graves, «es una exageración propia de amas de casa».
En ocasiones, la propia paciente a tenido que visitar varios facultativos hasta encontrar una opinión más cercana al diagnóstico de esta afección. «Esa diferencia tan grande de afección por sexos puede ser una hipótesis de trabajo para encontrar su origen, para definir su base», asegura Diego Munguía.
«Podría estar indicando el origen neuroendocrino del síndrome. En la mayoría de los casos se manifiesta en mujeres de entre cuarenta y cincuenta años, justo en la edad en la que empiezan a manifestarse los primeros síntomas de la menopausia, un cambio muy importante en el cuerpo femenino». «En ocasiones, el problema a la hora de diagnosticar se ha debido a que se tiende a identificar los síntomas con lo más evidente o genérico, sin plantearse aspectos más complejos omenos conocidos», explica el investigador de la UPO. Hasta la fecha, el único tratamiento posible para esta afección tiene carácter paliativo, es decir, destinado a atenuar el dolor y los efectos negativos de quien la padece. Al no conocerse su causa, no existe medicamento alguno de prevención o de curación de la afección, para desesperación de ese alto porcentaje poblacional que sufre sus consecuencias. A pesar de las muchas incógnitas que aún rodean a la dolencia, el profesor Munguía, especialista en la materia –con tesis doctoral incluida– es optimista respecto al futuro de su diagnóstico y tratamiento. «En la última década se ha avanzado mucho al respecto. En la comunidad científica internacional es un problema que cada vez se toma más en serio y, aunque se avanza lento, se hace con paso firme».
El nivel de la investigación en España no deja, en palabras del científico, demasiados resquicios para el optimismo, pese a lo cual en los últimos años varios grupos de investigación han dado pasos de gigante. «La cadena científica está en movimiento y estoy convencido de que en unos años encontraremos soluciones efectivas para este problema », concluye.
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