Inundando el clamor de tu ventana,
entre sagaces mercaderes
y rumores vanos,
aparece el desierto tenue:
la mañana,
disipante, embriagadora,
apetecible y risueña
como tú,
diosa cotidiana,
que incrustas esplendores silentes
mientras socavas la entraña en busca de laureles,
enclavas gloria en las áridas paredes
y perfumas, ebria, las estancias.
Campanillas y tenues acuarelas
se diluyen entre monótonas canciones
grabadas en tu mente...
Te acuerdas, te acuerdas...
absorta, rememoras
palabras, vivencias...
Cae la tarde,
aromática, rítmica, fúnebre,
tensa...
El vasto mar de tu experiencia
traspasa tus pupilas,
regando tus incansables manos,
ahora tan yermas.
En tu regazo yacen las huellas
de aquellos que cuidaste,
sus torpezas.
Y tu cariño, olas que no cesan
de encaramarse a tu piel,
a tu visión serena,
lo abarca todo.
Intensamente...
Oscurece...
En la persiana de tu ventana
ha quedado impreso tu día,
insinuándose a la noche solitaria,
que, cansina, se acerca y besa tu almohada,
persiguiendo tus sueños,
acariciando tu esencia,
vibrando en silencio
entre tus ansias.
Como tu imagen.
Como tu aliento.
Como tú,
diosa cotidiana