ANOTACIONES DE UN OLVIDO
(De mi visita a Orihuela, cuna de Miguel Hernández. 1981)
Me fui acercando a tu aire; bebiéndome uno a uno los limoneros del camino; coronándome con el cielo de tu pueblo, vistiéndome la piel de tu sol denso.
Escuché tu risa alborotada; tu palabra clara, cuando un ligero viento quiso estremecer los olivos. Noté tu paso, masculinamente firme, seguro del campo que pisaba y los pies se me pegaron a la tierra como raíces incontroladas, disparándose en todas direcciones, hambrientas de saber de tus pasos en tu tierra.
Conocí la savia subiendo por la venas, alborotando mis entrañas, queriendo estallar en un grito violento, para sacar fuera esa herida que llevo tejida entre los huesos. Fui buceando en tu vida, entre un mar de memoria de letra impresa y un océano de sensaciones brutales y desgarradoras espinas, que me van cercando el aliento cuanto más cerca te vivo.
Es el amor, quizá, la mejor palabra que hemos heredado y solo los labios decididos saben pronunciarla con certeza. Todo el amor que te estallaba dentro, salió a tus labios en rico néctar de palabra; y libamos un universo de sentimientos llanos, dejando –tras su explosión devastadora y silenciosa- la mejor metralla… el amor hecho palabra.
Me adentré en tu amor, en tu calle y en tu casa; supe conocer la higuera y tu huerto; imaginé las cabras y reconocí tu asiento y tu sombra en la montaña.
Una nube de ira, emborrachada de dolor, me bañó el alma. De todo lo tuyo y tus amores, solo queda la montaña que, cada mañana, llora lágrimas de piedra que se le desparraman al asomarse y ver tu casa; de todas tus pasiones y tus ansias, solo queda la breve imagen de unas paredes que te llaman a golpe de pintura mal pintada. Una puerta rota, unos espacios vacíos que quisieron ser tu casa. Y la higuera te reclama verano tras primavera, colmada de frutos tristes, como tristes son las basuras que la ahogan, convirtiendo su sombra en un lago de olvidos cotidianos.
Parece que el cuerpo no tiene paredes que aguanten la resonancia de esta herida tan profunda que, ahora, se nos ensancha. Porque esta tierra que amamos, Miguel, poco a poco nos mata. Nos reclama para adentro, como si necesitara nuestra espalda para sujetarla; que ya no aguanta el peso de tanta cabeza hueca ni de tanto pie descalzo.
Los unos por los otros, los tantos por los pocos, todo la estamos agostando. Y aún más allá de la muerte, más allá de lo indescriptible, nos seguirá doliendo el olvido del pasado.