COMPRENDIENDO LA FIBROMIALGIA, GUIA PARA EL PACIENTE

MARIANA Y SU HISTORIA (FIBROMIALGIA)

La cara de Mariana demostraba incomodidad, y no sólo su cara también su cuerpo, parecía furiosa. Llegó a vernos un jueves, muy puntual, entró y trató de acomodarse en el sillón lo más que pudo. Nosotros sabíamos que venía por su Fibromialgia, habíamos conversado su caso en una reunión clínica pues recién había comenzado su tratamiento con acupuntura médica. En esa reunión, luego de discutir su caso con el resto del equipo médico, concordamos que en ella era necesario que además hiciera un ciclo de Ozonoterapia con la dra. especialista y que empezara con nosotros una terapia psicológica.

Apenas se sentó se nos quedó mirando... como esperando a que hiciéramos nuestro trabajo, parecía no entender bien qué estaba haciendo con los psicólogos. Lo primero que le preguntamos era si sabía por qué venía con nosotros, ella nos contestó que tiempo atrás le habían dicho que su enfermedad podía tener razones psicológicas, que la Fibromialgia era una enfermedad psicosomática, que ella misma se la provocaba, para ese entonces le pareció ridículo, pero aquí la doctora le había sugerido venir como parte de un tratamiento integral y, bueno, qué mas daba aceptó. Lo primero que le preguntamos de vuelta fue qué le parecía esto que le habían dicho, si acaso estaba de acuerdo, y fue cuando de pronto sentimos que una enorme rabia salía desde muy dentro, "¡cómo yo voy a querer estar así, cómo puede ser que me digan que yo me hice esto!" nos contestó furiosa, salieron algunas lágrimas al final, parecían también de impotencia.

La acogimos en su rabia, en su impotencia, en su confusión. Sabíamos que estaba atravesando momentos muy difíciles. Pero ese momento en el que se descuidó y dejó aflorar algunas de las emociones que sentía, se desvaneció rápidamente para volver a una posición corporalmente rígida y que en cuanto a sus emociones daba la impresión de que nada la perturbaría. Los tres sabíamos que en lo profundo de su ser ella no estaba cómoda por cómo estaba siendo, más parecía que actuaba un papel de ella misma.

Le propusimos caminos distintos para empezar la terapia, pero nada la motivaba, parecía que no tenía esperanzas de ningún tipo, ninguna explicación le gustaba, los consuelos la enfurecían, su propio cuerpo adolorido le generaban las ganas de golpearlo más a ver si reaccionaba, de poder quitárselo una rato para ver si podía descansar, sus pensamientos y deseos autodestructivos habían llegado a la cima de su historia de dolor. Pero eso tenía que acabarse. Aquello que sentía y pensaba en sus momentos de soledad y que no había compartido con nadie (sería una malagradecida si dijera eso a todas esas personas que velan por su salud y bienestar) estaban saliendo, y se sentía extraño, porque en la medida que iban saliendo, su cara de rabia parecía más bien una carita de pena, de sentirse sola, pese a estar rodeada siempre de tanta gente. Parecía que ella misma en un punto de su vida se había abandonado.

Cada vez que salía de terapia se iba más cansada, parecía que hace tiempo no se concentraba en ella misma, lo bueno era que nos contaba que salía con ese tipo de cansancio que uno desea sentir, ese que te permite descansar y dormir.

Llegó un punto en terapia en que el dolor dejó de ser nuestro tema principal, sus hombros todavía le dolían, y la parte baja de la espalda también, pero empezó a notar ciertos eventos en su vida, que al parecer habían pasado desapercibidos anteriormente, nos contaba que habían días en los que todo parecía encajar, había pensado cosas que más tarde fueron temas de conversación, se le habían ocurrido nuevas y buenas ideas, a veces había deseado algo y justo alguien se lo había regalado, cosas así, que la impactaban positivamente.

Mariana estaba recobrando su ritmo natural, por lo que empezaba a vivir y vibrar en sincronía con el mundo.

Un día nos contaba que estaba tan sentimental, que lloraba y se sentía emocionada por muchas cosas, a nosotros nos llenaba de alegría, sus sentimientos, esos que alguna vez se asemejaron a unos témpanos de hielo, ahora se derretían y dejaban lugar a sensaciones más cálidas, Mariana comenzaba a vivir una nueva primavera.

Las sesiones pasaban y los dolores disminuían, de pronto nos dimos cuenta que hablábamos de problemas distintos, al empezar las sesiones y preguntarle de sus dolores, a veces incluso nos respondía que se sentía mucho mejor y que no lo podía creer. Su dolor le había brindado una nueva oportunidad, al principio la obligó a conectarse, ya que aunque fuera dolor, éste la hacía sentir todo su cuerpo, pero la oportunidad mayor fue el dejar de sobrevivir y empezar a vivir esta vida, que pese a lo que pensaba, podía ser bastante buena y la podía vivir mucho mejor de lo que alguna vez imaginó.

El nombre de la paciente se ha cambiado para proteger su intimidad. Su Historia es real.
Equipo Psicologia Clínica Bersant

LA HISTORIA DE FRANCISCA (FIBROMIALGIA)
Francisca no dormía bien desde hace mucho. Parecía que los días eran cada vez más largos y pesados, cada mañana era una lucha; en su conciencia sabía que tenía que levantarse, debía trabajar y hacer sus labores, pero su cuerpo le suplicaba que se quedara un rato más, que no se moviera, que le diera un poco de calma a esos dolores que ya se volvían insoportables.

Pese a todo, Francisca se levantó, sentía que no tenía otra opción, que su vida tenía que continuar, debía cumplir pues mucha gente dependía de ella, muchos contaban con ella, no podía decepcionarlos. Sin embargo no podía sino sentir dolor, ese dolor que no le permitía hacer lo que antes hacía, ese dolor que de pronto se empezó a apoderar de ella, sin que pudiera resistírsele.

Francisca llegó a nuestra consulta derivada por el médico coordinador del equipo sin grandes expectativas pero con la esperanza de que esta vez tal vez encontraría una respuesta. Hasta el momento su único alivio era tener un diagnóstico; lo que ella tenía era Fibromialgia, aún así esta enfermedad no tenía causa orgánica. Nosotros la esperábamos pues su caso había sido presentado en una reunión clínica anterior, estábamos al tanto de que había comenzado en la clínica con un tratamiento de homeopatía y se le había indicado también ejercicios de rehabilitación con técnica Pilates. Sabíamos que no tenía grandes esperanzas en el apoyo que podríamos brindarle pues se había mostrado escéptica ante la idea de tratarse con psicólogos. Francisca llegó contándonos que su dolor era tan grande que se sentía rendida, tantos médicos, tantos exámenes y ninguna causa para su estado. Sólo quedaba la impotencia de sentir este dolor invalidante y la rabia de no saber qué lo producía, ni cómo se podía ir... Nos dijo francamente molesta que el dolor no lo estaba inventando, que no exageraba.

Nosotros comprendíamos que su dolor era real, y le aclaramos inmediatamente que el venir con nosotros no significaba que su dolor era producto de su mente, inventado o para llamar la atención de los demás, quizás era un llamado de atención para ella misma, pero eso lo iríamos descubriendo en el camino, pues Francisca, así como todos los seres humanos, era una persona única y especial y el camino de terapia que emprenderíamos entre los tres, sería diferente, sería diseñado especialmente para ella.

Francisca había partido esa misma semana con sus ejercicios de rehabilitación, nos comentaba que el dolor era inmenso y que no pensaba cómo podía disminuir haciendo esfuerzo físico, pese a lo cual declaraba que perseveraría pues el tratamiento que se le había ofrecido en Bersant era para ella algo como un "último intento".

Los cambios comenzaron lentos e inadvertidos en un principio, sin que Francisca lograra sentir mayor avance que el simple aumento en su energía; "me siento un poco menos cansada... pero el dolor no ha disminuido". Sin embargo a la tercera sesión su rango de posibilidades comenzó a expandirse sin que ella lo notara; era capaz de enfatizar sus palabras con movimientos que en un principio no era capaz de hacer, al mismo tiempo que expresaba sentimientos que en un principio decía desconocer completamente. Inicialmente surgió en ella conciencia de su insatisfacción con una gran cantidad de pequeños grandes detalles cotidianos, más tarde nos comentaría que lo que hizo una diferencia importante para ella fue el hecho de sentirse comprendida, en la consulta, sus quejas, como las llamaba ella, fueron recibidas sin una cara de "¡otra vez!" sintió que podía hablar todo lo que ella quisiera y más aún quejarse cuanto quisiera, sabíamos que no era porque sí, que sus llantos "de la nada" no eran porque sí, en la medida que fue comprendiendo eso se fue abriendo cada vez más, y empezó también a tener la valentía de explorar su vida, sus sentimientos, sus secretos, sus deseos aún ocultos y las heridas abiertas que de tanto dejarlas de lado se habían transformado en dolor físico.

A este punto el avance físico era notable, sin embargo empezó a ocurrir algo que aunque para nosotros era esperable, llamó mucho la atención de Francisca cuando se lo hicimos notar. Al parecer, y contra lo que inicialmente ella había pensado, los dolores de Francisca se agudizaban durante el fin de semana, su kinesiólogo tratante nos había comentado que los lunes llegaba como para tener que partir de cero. Así fue como Francisca comenzó a atar cabos sueltos en su vida, al parecer había cosas en su vida personal que causaban mayor detrimento a su salud que su estresante trabajo. Con el paso del tiempo llegó a comprender que tenía que poner fin a una especie de cadena de sufrimiento en la que vivía, y que para eso, debía adoptar una postura activa en su propia vida que a estas alturas le parecía ajena, desde ahora era ella quien iba a ser la protagonista de su propia historia.

Al principio le costó materializar este pensamiento, porque aunque ella estaba en terapia y veía pequeños cambios, su familia y quienes la rodeaban no notaban todavía diferencias, muchos le seguían exigiendo y Francisca seguía entregando más de lo que podía, - o quería- seguía transgrediéndose a sí misma, seguía tratando de agradar y quedar siempre bien con todos, aún cuando no siempre, de hecho casi nunca, era valorado todo el esfuerzo que ella hacía. Francisca nos decía que no hacía las cosas para recibir algo a cambio, nosotros sabíamos que era así, pero ella debía comprender que sus refuerzos se estaban acabando y estaba dando de lo que no tenía, y que aunque era algo hermoso, también era injusto. Comprendió que sus relaciones no eran recíprocas, y que para cambiar esta situación debía comenzar a hablar, así de simple y complejo a la vez. Complejo porque el hablar implicaba estar conectada con sus sentimientos, con su cuerpo, ya que debía interiorizar primero qué le estaba molestando, qué quería cambiar y lo más difícil para ella, qué era lo que quería.

A estas alturas empezó a notar diferencias dramáticas en sus dolores, todavía los sentía, pero eran distintos, incluso habían cambiado de lugar. Las veces que habíamos acordado hacer ejercicios de terapia energética y corporales en sesión, la estaban ayudando a reconocerse, a sentir diferencias, a volver a su cuerpo no desde la desesperación de su dolor, sino desde el cariño y la ternura hacia ella misma, a ese calorcito que se siente cuando llevamos nuestras manos al pecho; estaba volviendo a ella misma desde su propia aceptación.

Ya estábamos en la sesión doce, y las diferencias eran notorias, Francisca tenía más ánimo, más energía sentía que estaba sanándose, su mirada era más vivaz, no tenía miedo de decirnos si algo no le parecía, a veces nos contaba cuánto se había enojado por algo sucedido durante el fin de semana, o cuánto había llorado por algo triste sin importarle que la vieran. Cuando esto comenzó a ocurrir, sus dolores aparecían y desaparecían, nos contaba sorprendida que pasó un día completo sin dolor, y que lo había disfrutado, ¡hace tanto tiempo que no pronunciaba esa palabra!

Sus kinesiólogos se mostraban satisfechos, los retrocesos del principio habían quedado atrás y ya había sido promovida a un esquema de ejercicio regular. Este logro fue un punto definitivo para Francisca; se sentía "grande" y estaba físicamente saludable.

Al mismo tiempo Francisca había comenzado a vivir desde el presente, ya no vivía en la nostalgia del pasado mejor ni en la añoranza de un futuro sin dolor, por primera vez estaba conectada con su presente; sentía durante y no después, se volvió con otros ojos a sus hijos, a su marido, y a su vez estos respondían de manera distinta a sus necesidades, comprendieron cuales eran esas necesidades.

Se acercaba el final de la terapia, Francisca había retomado las riendas de su vida, y los cambios que había logrado eran irreversibles, nunca más se transgrediría, nunca más se dejaría de escuchar, nunca más sería la actriz secundaria de su vida, nunca más estaría postrada de dolor.

Francisca supo identificar cuándo aparecían sus dolores, cuáles eran los momentos en que se ponía en situaciones que no le gustaban, cuáles eran las conversaciones y decisiones que tomaba que la llenaban de dolor, había tomando conciencia de esto, y por sobre todo, había descubierto qué la hacía divertirse, con quienes le gustaba estar, con qué actividades se relajaba, cuándo estaba feliz.

El camino que un día partimos entre los tres llegaba a su fin, Francisca se sentía segura, y aunque a veces temía por la reaparición de sus dolores, tenía la certeza de que el camino recorrido tenía un sentido y que de aquí en adelante no lo volvería a perder.

El nombre de la paciente es ficticio. La historia es real.
Equipo Psicología Clínica Bersant