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 Reflexiones científicas de la felicidad

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Marifé
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MensajeTema: Reflexiones científicas de la felicidad   Reflexiones científicas de la felicidad I_icon_minitimeMar Oct 14, 2008 3:15 pm


Reflexiones científicas de la felicidad


Miles de millones de deseos de felicidad se intercambian estos días entre familiares, amigos, simples conocidos o clientes potenciales.

Y en muchos casos se hace utilizando la fórmula consagrada y ritual de desear felicidad y prosperidad a los demás. Un binomio que tradicionalmente había mostrado la bondad de las intenciones del remitente, pero que los más recientes estudios sobre la felicidad nos muestran que ha dejado de funcionar.

Pues resulta que, en los países ricos, cuanto más queremos tener, más infelices somos. Y para acabar de rematarlo: todo parece estar montado para que deseemos tener más. Esa es al menos la tesis del ensayo firmado por Clive Hamilton, director de The Australia Institute, titulado El fetiche del crecimiento (Laetoli, 2006).

El autor, profesor de la Universidad de Sydney, afirma que llevan años vendiéndonos que cuantos más ingresos, más felicidad; que el crecimiento económico significa una vida mejor para todos.

Sin embargo, tras décadas de constante crecimiento, resulta que no somos más felices que antes y, además, buena parte de las patologías que sufren las sociedades ricas tienen su origen en esta persecución de la abundancia en la que todos, sobre todo en estas fechas, parecemos estar inmersos.

Aunque quizás tendríamos que aclarar primero de qué estamos hablando cuando hablamos de felicidad. Resulta curioso que la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española sea: “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”.

“El término tiene muchos niveles”, nos explicaba el psicoterapeuta José Luis Cano al ser consultado. “Habría que distinguir entre la felicidad material de aquella más emocional e íntima. Y mientras resulta obvio que desde el punto de vista económico y de libertades hemos mejorado bastante, en el entendido como bienestar íntimo no hemos avanzado mucho. A un nivel aparente, la gente ahora es más feliz porque puede permitirse más placeres y comodidades, pero a un nivel más profundo somos más vulnerables al abatimiento interior”.


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Por eso, a pesar de que es cierto de que los ciudadanos de los países occidentales han alcanzado niveles de riqueza personal sin precedentes, también lo es que padecen una epidemia de trastornos psicológicos como nunca habían sufrido.

Hoy sabemos que el riesgo de un joven catalán de contraer una depresión es tres veces superior al que tenía su abuelo. Y que las diez principales causas de discapacidad en todo el mundo, cinco son trastornos psiquiátricos encabezados por la depresión.

En este contexto, demasiado ha dejado ya de ser suficiente, pues lo que determina la satisfacción de las personas es la distancia entre lo que tienen y lo que desean.

Esta distancia, a la que el economista inglés Ezra J. Mishan denominó “margen de insatisfacción”, se puede acortar de dos maneras: aumentando lo que uno posee o reduciendo lo que desea. Los sabios clásicos aseguraban que “no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”, pero en los parámetros en los que se mueve nuestra sociedad esto ya no es así.

El moderno capitalismo consumista florecerá mientras la gente desee más de lo que tiene, explica Hamilton. “Por tanto, para la reproducción del sistema es fundamental que los individuos se sientan constantemente insatisfechos con sus pertenencias. El crecimiento no crea felicidad: es la infelicidad la que sostiene el crecimiento económico. Por tanto, para la supervivencia del moderno capitalismo consumista se debe fomentar continuamente el descontento”.

El mayor peligro para el sistema vendría entonces dado por aquellos ciudadanos de los países ricos que decidiesen que ya tienen, más o menos, todo lo que necesitan.

Un fenómeno que está en marcha y que se inició hace una década en Estados Unidos con el nombre de downshifting (se podría traducir por reducir la marcha o desacelerar) y que se ha ido extendiendo al resto de los países de nuestro entorno económico.

Lo explica el economista Juliet Schor, autor de la obra The Overspent American: “Los nuevos reductores están abandonando el consumismo excesivo y prefieren más tiempo libre y un mayor equilibro en su programa de cada día, un ritmo de vida más lento, más tiempo para dedicar a sus hijos, más trabajo cargado de sentido y una vida cotidiana que cuadre perfectamente con sus valores más profundos”.


MCT Direct

Ya no se trata, como al principio de este fenómeno de ejecutivos estresados en busca de una vida más tranquila, ya que según los datos que aporta Schor, un 19% de los estadounidenses ha confesado que en los últimos cinco años había decidido voluntariamente introducir algún cambio en su vida que le había hecho ganar menos dinero, en aras de una mayor calidad de vida.

Y por cada persona que ha optado por un ritmo de vida más lento, hay otras que desean hacer lo mismo. Es como si hubiesen descubierto la desconexión radical que existe entre lo que la gente considera realmente importante para su bienestar y el de su familia y el tipo de vida que realmente llevan.

Los psicólogos David G. Myer, del Hope College de Miami, y Ed Diener, de la Universidad de Illinois, después de haber repasado 916 encuestas nacionales realizadas tras consultar a más de un millón de personas de 45 países, constataron una cosa: “¡La felicidad consiste menos en tener que en disfrutar de lo que se tiene! Pues parece como si la riqueza fuese semejante a la salud: su carencia produce miseria, pero su posesión no garantiza la felicidad”.

Según Myer y Diener, los cuatro rasgos que caracterizan a las personas felices (autoestima, control sobre la propia vida, optimismo y extraversión) apenas suponen el 30% del nivel de felicidad.

Circunstancias de la vida, como un divorcio, el nacimiento o la muerte de un hijo, y las enfermedades, dan cuenta de otro 25%. La participación social, incluidas las actividades voluntarias, el trabajo remunerado y el matrimonio dan razón de otro 10%.

Por eso resulta sorprendente descubrir que los ingresos y la riqueza material explican sólo alrededor de un 10% de la variación en los niveles personales de felicidad. Aunque parezca raro, en un mundo que dibujan cada día más materialista, hay mucha gente que no muestra una necesidad intensa de ganar dinero, ni lo adora como principal fuente de poder y felicidad.

De hecho, estas personas indiferentes al dinero, más allá del necesario para vivir, representarían un 33% de la población. Al menos entre la muestra de 102 profesores de la Universitat de Valencia a los que encuestó Roberto Luna-Arocas, representante en España de la Asociación Internacional para la Investigación en Psicología Económica (Iarep).


MCT Direct

Además, en la actualidad la mayoría conoce la veracidad de aquella frase de que “los ricos también lloran”, aunque no resulte difícil encontrar a alguien que replique que sí, pero que “se llora mejor en un Rolls que en el metro”.

Esto último sólo es cierto si el que llora en el metro es una pobre sin hogar, pues el desgarro que muestran las lágrimas no difiere mucho si el que viaja en transporte público posee una renta suficiente para cubrir sus necesidades básicas.

Por: Manuel Díaz Prieto
The New York Times Syndicate
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