La Zambia profunda

La Zambia profunda
Por Carmen Gallardo


Inma Shara con los niños de una aldea
¿Dónde diablos está Zambia? ¿Cuál es la capital? ¿Qué pasa en ese país? Una batería de preguntas sin respuesta me sacude el cerebro cuando me proponen visitar el país junto a la directora de orquesta Inma Shara y la ONG Plan España. Yo tendría que convertirme en la sombra de Inma Shara y captar todas y cada una de sus sensaciones en la visita a las aldeas en las que trabaja la ONG. Le dejo libertad durante las 26 horas que dura el recorrido Madrid, París, Johanesburgo y... Lusaka, la capital.

Iba bien pertrechada, de libros, claro. Antes de salir ya había leido 'El sueño de Africa' de Javier Reverte y me había puesto al día sobre la dolorosa historia del sur del continente. Hemos visto muchas pelis de vaqueros y escasas de boers; poco sabemos de zulues, excepto que allí se casó el indescriptible Lauren Postigo; y sólo de paso puede sonarnos ese terrible personaje inglés que responde al nombre de Cecil Rhodes, cuyos sueños de grandeza pretendían anexionar a Gran Bretaña los miles de kilómetros que van desde Ciudad del Cabo hasta hasta Egipto. Zambia fue uno de esos lugares que colonizó. De hecho el país se llamó Rhodesia del Norte hasta que en 1964 obtuvo la independencia. Es tan fascinante la historia africana que corro el peligro de perderme...

Este era un viaje de solidaridad por el sur del país (estuvimos a escasos kilómetros de Mozambique, Zimbabue y de Malawi), no de turismo, quizá por eso me resulte complicado recordar un paisaje, pero sí tengo congeladas un cúmulo de sensaciones: hemos llorado, hemos compartido comida, hemos convivido con insectos de múltiples formas y colores, nos hemos partido los riñones por caminos de tierra y hemos sido muy felices.

Me fui con una bateria de preguntas y regresé con una de imágenes: la risa y el pudor de las niñas cuando les enseñé un abanico; la cría que me devolvió la bolsa de camisetas que le había regalado porque con absoluta sumisión había entendido que era mi porteadora; los grupos de niños mirándose alucinados en la chapa del coche; la luz del atardecer en una solitaria carretera; las mujeres corriendo hacia el coche para vendernos plátanos; mi 'saludo Letizia' cuando cruzabámos las aldeas; el niño, de gesto duro con un viejo casette en las manos y que ante la falta de pilas agudizó el ingenió: tres pilas gordas envueltas en papel y sujetas con gomas conectadas a una cable que conecta con la chapa del aparato... no sonaba. Esas niñas con la cara tapada, contorneándose como cabareteras para aplicar las enseñanzas maternas con las que en la pubertad darán placer a los hombres; la niña que me cogió la mano y me pidió zapatos; ese cartel advirtiendo de los 'dulces papás', termino con el que se califica a una de las tradiciones más agresivas que se comenten contra las jóvenes: hombres mayores que camelan a niñas vírgenes para curarse enfermedades de transmisión sexual, entre ellas el sida... La negritud absoluta invadiendo todo el espacio excepto un chiringuito alumbrado con velas en una frontera entre regiones. Podría seguir, no tenía conciencia de que fueran tantas, tantas...

Y, además, he conocido a una mujer excelente, se llama Inma Shara.