REFLEXIONES DE UN CORAZÓN MORIBUNDO

Existe un término lingüístico, en la enseñanza de lenguas extranjeras, que se llama “los falsos amigos”. Los falsos amigos son aquellas palabras que se parecen mucho, fonética o morfológicamente pero cuyos significados nada tienen que ver entre sí. En italiano “los falsos amigos” se dan con frecuencia; así “largo”, en italiano, significa “ancho”, por ejemplo.

Como las palabras y el lenguaje en realidad son sólo –que no es poco- el reflejo de nuestros pensamientos –creo firmemente que aquellas personas parcas en palabras, con una escasa o abotargada conversación tienen de tal modo sus azoteas-, en la vida real también hay “falsos amigos”.

A los treinta ya, los “falsos amigos” se han desterrado. Hace años que, en nuestra madurez, dejamos de lado a esa cuchipanda que se tiene a los veinte, inmensa, para elegir, selectamente a tus buenos amigos que, aunque crecen y aumentan por diversos cauces, seleccionamos ya con un buen criterio y pocas veces solemos equivocarnos. Pero luego están los falsos. Los falsos amigos que, en la vida real, deberían ser los “falsos conocidos”. A veces, en nuestra vida, se amalgaman cantidades ingentes de personas que nos sonríen, nos hablan, nos cuentan pequeñas confidencias y, oh, de pronto, descubres que es más falso que Judas. Una situación, un alejamiento temporal o una situación en la que le conviene –o cree él- que le merece más estar y “tacháaaaaaaaaaaaaan”… la sonrisa se transforma en mueca.