La vuelta al mundo en silla de ruedas
Tiene 18 años, está en una silla de ruedas por culpa de una leucemia infantil y viaja solo por el mundo desde hace casi un lustro. En “El mundo sobre ruedas” (MR Ediciones), Albert Casals cuenta sus aventuras por una treintena de países, a partir del diario de viaje que escribe allí por donde va. Y de momento no tiene previsto detenerse. De momento la universidad tendrá que esperar a que regrese de un inminente viaje que tiene pensado hacer a África. Dormirá al raso, viajará haciendo autostop y se alimentará con lo que le ofrezca la gente. Dice que la gente es más buena de lo que se piensa y que lejos de haberse convertido en una lacra, la discapacidad tiene ventajas.
¿Cómo surgió la idea de emprender la aventura que se plasma en “Un mundo sobre ruedas”?
Desde que era pequeño, si me encontraba cien pesetas por la calle las recogía para viajar de mayor. Siempre tuve ganas de viajar. Y a los 15 años ya no consiguieron retenerme más y me fui a viajar.
¿Y en casa le dejaron irse de viaje tan joven y solo?
Es bastante lógico. Si tú tienes un hijo y quieres que sea feliz y te dice que lo que le hace feliz es viajar tienes que dejarle. En verdad para eso estamos, para ser felices.
¿Pero la aventura no tiene también sus imprevistos?
Eso es la libertad. No sabes lo que te va a ocurrir, claro. A mi me ha pasado de todo, desde volcar en un camión, encontrarme huracanes, una vez casi me ahogo, quedarme atrapado en un castillo… De todo me ha pasado. Y eso es divertido. Eres libre en cada momento.
¿Cómo perciben la discapacidad en otros países?
Depende. En general, cuando más desarrollado es un país -y digamos que Japón es ya lo más extremo- más importancia dan a la silla de ruedas. Aquí si hay una rampa tienes que ir por la rampa y los conductores del bus te dicen que si te ayudan. ¡Y yo bajo y subo escaleras con la silla! Entonces ¿qué pasa? Que cuando un conductor de bus te dice que te pone una rampa es que le hace más falta a él que a ti. Aquí en Europa, a veces, hay miedos y sobreprotección. Mientras que en otros países, en Sudamérica por ejemplo te dicen: “¿No quieres rampa? Pues vale, sube. Allá tú” Es lo lógico. Hay muchas personas a las que les hace falta, pero nadie mejor que uno mismo sabe lo que le hace falta y lo que no.
O sea, que más que físicas Albert ha tenido que superar otras barreras.
Sí, mucho. Además al principio, un niño de 15 años viajando solo en silla de ruedas era tan raro que a veces ni siquiera me dejaban subir al tren porque se supone que era peligroso. Haciendo autostop la policía me paraba y llamaba a mi casa: “¿Sabéis que vuestro hijo se ha fugado?” y mis padres decían que no me había fugado.
¿Es distinto el concepto de discapacidad de un país a otro?
Sí. En Asia las personas con discapacidad están encerradas, no salen de sus casas. No les dejan salir. Y en Sudamérica, como en Colombia donde hay víctimas de la guerrilla, la gente está por la calle y la discapacidad es un tema del que se habla. En cambio aquí en Europa, no creas que la gente en silla de ruedas es tan abierta. Hay gente joven en silla de ruedas a la que no ves y realmente puede. Es una lástima que se pierdan esto, es una tontería.
Igual que la gente ayuda ¿Albert que aporta a las personas con las que se cruza?
Lo mismo que aportaría cualquier persona, que la gente se lo pase bien. Yo cuando estoy en una casa me pongo a jugar con los niños. La gente quiere que la cuentes un poco. Yo les digo que si saben que pueden hacer muchas más cosas de las que ellos piensan. Y me responden que claro, después de eso, los problemas parecen una tontería. La gente te aporta a ti y tu se lo aportas a ellos. Me regalan ropa y yo se la regalo.
¿Y el mundo es tan bonito y tan positivo como lo ves o hay realmente problemas grandes y graves que necesiten respuestas serias y urgentes?
La cuestión está en que el mundo no es tan bonito pero la gente sí. En todas partes te das cuenta de que la gente no es tan mala como la pintan. Dicen que Europa está llena de violadores y que en Colombia te matarán por un par de botas y eso no es así. El problema es que en los periódicos sólo hay malas noticias, pero hay cien mil buenas que no nos dice nadie. En todas partes en el fondo la gente quiere ser feliz y lo consiguen lo mejor que pueden. Y nadie es feliz haciendo mal a los demás